por
EDUARDO PARRA




René Olivares Espínola nace en Santiago de Chile en 1946. Se cría en cuna de periodistas. Una rica vida social con figuras de relevancia internacional deja impregnadas sus voces en el salón de la casa familiar. Su padre, René Olivares Becerra, dirige la revista Topaze, una publicación humorística de oportuna y perspicaz crítica política, repleta de caricaturas efectuadas a las más altas personalidades del gobierno y de la palestra criolla. Su tío, Agusto Olivares, director de Televisión Nacional y fiel amigo de Salvador Allende, entrega su vida junto al presidente, inmolándose por la Patria el 11 de septiembre de 1973.

René fue un niño precoz. A los doce años ya ocupaba mesa de dibujo en las oficinas de la revista Pandilla que dirigía Marcela Paz, la autora de Papelucho. Ese mismo edificio, que en realidad eran las dependencias de la editorial Zig-Zag, albergaba a lo más seleccionado de las comunicaciones gráficas de aquellos años. Más arriba estaban los talleres de Pepo, el creador de Condorito, a quien René visitaba con la admiración infantil que profesa el alumno al maestro. Muchos años después, René bromearía diciendo que su pintura va de Pepo a Matta.

De parte de su madre, Laura Espínola Bradley, René hereda un espíritu jovial y gracioso más la ascendencia escocesa, desde donde se iba a configurar un buen porcentaje de su carácter crítico, portador de una mirada aguda y precisa que muchas veces alcanza a tocar lo mordaz.

Inquieto y deseoso de conocimiento, a los veintitrés años viaja a Roma y reside en esa capital algunos meses, pintando. Posteriormente será Rapa Nui quien atraerá su atención. René vive en esa isla la libertad del gran horizonte del Pacífico dejándose transportar por las leyendas de la Polinesia. Desde sus primeros años, René había comenzado los especiales viajes por los territorios de la imaginación, recorridos que lo hicieron rodearse de un mundo secreto, de universos no vistos. El espacio interestelar se tiñe repleto de estrellas. Planetas extraños y jamás conocidos irrumpen en las pinturas. Animales fantásticos pueblan geografías siempre fabulosas, sugestivas. Si no, simples lagartos que, junto con las piedras, datan de la prehistoria. Sus visiones transitan por un paisaje donde las hecatombes, las feroces erupciones de la Tierra o las manifestaciones incógnitas de algún continente sumergido anidan en los pensamientos de un extra-terrestre. Toda la obra transita por la amplitud de las posibilidades que en nuestra imaginación existen. De pronto, nace un supralenguaje. Pinceles y lápices comienzan a verter curiosas e inéditas caligrafías, melosos signos parecieran hacer referencia a una conciencia sideral que inunda sutilmente el cosmos y a toda la materia.

Las pinturas y dibujos de René Olivares vienen atrayendo la atención de más de tres generaciones, sin embargo son muy pocos los que han podido tener conocimiento de su obra completa y de su historia. Son escasos los que conocen personalmente a ese René pintor, pensador, bromista, gustador de los mejores caldos de cepa chilena y de la buena mesa. En la vida cotidiana, este hombre de múltiples facetas, permanece fiel a su obra y a su pensamiento.

Un jaiva
René Olivares es uno de Los Jaivas. No hay Jaivas sin René Olivares ni René Olivares sin Jaivas. René es el jaiva de rostro incógnito y casi nada conocido por seguidoras y seguidores. Sin embargo su presencia pictórica y estelar persiste en la conciencia de los que gustan de nuestra música. Imbuidos ya por alguna canción, auditoras y auditores, no pueden dejar de recordar los increíbles paisajes con los que el pintor ha querido ejemplificar estas sonoridades.

Con René nos conocimos en 1970 cuando descubríamos una afortunada coincidencia entre nuestra propuesta musical y su obra plástica. El famoso cuadro que sirve de carátula al disco denominado El Indio, causó la admiración de Gato Alquinta quien por esos años escribía Indio Hermano. El hallazgo motivó la inmediata inclusión de esa imagen en la producción de nuestro segundo single. Con estas coincidencias de pensamiento y similitudes sorprendentes en la expresión, trabamos una amistad incondicional y luego decidimos continuar juntos nuestro camino del arte y la existencia.



La pintura de René Olivares
En la obra pictórica de René, el paisaje chileno es fundamental, pero no, desde luego, con el sentido de un Juan Francisco González, o un Ramos Catalán, o un Vicente Perez Rosales. René ve nuestro paisaje nacional como una consecuencia cósmica. Así, la Tierra, y hasta los campos que a ella la bordan, reparten su cosmos, flotan en un espacio desconocido y sin fin. Siempre el paisaje chileno impactó a René motivando su pincel con los colores de nuestra patria larga y desconocida. Con especial predilección pinta el extremo austral del continente. Allá donde la cordillera se zambulle en el mar y los prados se desmiembran. Donde lejos, en el horizonte, por las profundidades del mar congelado, iceberg tras iceberg, llegamos a encontrar los glaciales más recónditos de nuestro planeta. Hay una evidencia de mundos, de varios universos que se entrelazan entrecruzando sus realidades. Realidades que transitan ciertas e incólumes, aparecidas de un instante único y casi incomprensible. Figuras insólitas... Y la cordillera, siempre la cordillera. Todo el paisaje nacional le interesa.

Como la música de Los Jaivas, también sus diversas obras, toman posesión de un lugar u otro del continente sudamericano. Entonces aparecen los colores de las culturas andinas. René insiste también sobre un paisaje del altiplano, a veces, hasta de un prehistórico altiplano y hasta por momentos pareciera dar testimonio de una raza sectaria que se alimentaría de sueños muy lejanos venidos de más allá de las estrellas. Crea relaciones mágicas entre personajes que representan simbólicamente a la conciencia oculta de nuestro continente, de nuestras culturas y de nuestro planeta. Conciencia planetaria, galáctica y universal. El chamanismo, la macumba, los extraños arcanos de civilizaciones olvidadas. Soledad mineral. Germinación y dulzura en los senos henchidos de una madre evocan con necesaria nostalgia a un Alimento de la Vida. Vía Láctea, galaxia, mar. Todo se mezcla, todo se relaciona con el imaginario, con las dimensiones olvidadas, con lo desconocido, con el misterio.



Aleph
Su inclinación por la vida social, su carácter asequible y su humor agudo lo llevaron a conocerse y establecer una amistad fulminante con Oscar Castro quien inmediatamente lo invita a integrarse como escenógrafo a su compañía de teatro Aleph.

Los años residiendo en París, engrosan considerablemente la obra de René Olivares que en su desarrollo ha ido pasando por diferentes épocas, engendrando témperas, acuarelas, óleos, dibujos, retratos al agua tinta y al tinto, su más reciente disciplina que consiste en llevar al papel rostros femeninos con una técnica de pintura al pincel y al vino que sale de la botella de prueba para decidir si ese caldo será aceptado o no en el restorán Tierra del Fuego, donde René cumple una labor de director artístico. Su camino por la existencia y la vida ha sido repleto de gracia. Semillas de cariño y amistad fue sembrando a su paso. Afable, amable, querendón, sensible a cada movimiento de todo ser humano. Es querido y festejado por su chispa genial, bromas cargadas de humor e interesantes conversaciones.

La existencia y las investigaciones en la ciudad luz, lo llevaron descubrir que su sola manera de poder practicar el arte pictórico es buscando y logrando el estado de gracia. Un estado más allá de la conciencia que se remonta al espíritu y a la esencia. No sólo el pincel es instrumento del pintor, también el artista es instrumento del ingenio divino.
Director artístico, decorador, escenógrafo, pintor, dibujante, caricaturista, retratista y, hoy, se sube al tablado para interpretar como actor a su doble: el pintor, su propia profesión gracias a la simpática relación de cariño que se fue gestando con todo el equipo, hasta llegar el momento de la creación de La Compañía y poner en escena la obra musical "In Tempo Rubato" de un humor fino y exquisito.

En estos años de intensa labor y muchas y diversas experiencias compartiendo la vida cotidiana en el Espacio Aleph, después de participar activamente en la producción de obras que han ido marcando la historia de Latinoamérica en París, René se ganó la cordialidad de todo el equipo que lo estima y quiere como colega, artista y, por sobre todas las cosas, como calidad de ser humano, como amigo. Para René nunca ha podido funcionar nada si no es con la presencia del más puro cariño y respeto por la sensibilidad de cada cual. Más parece que este hombre viniera de un reino encantado donde todos inevitablemente seremos felices. Su verdadera obra es compartir hermanablemente la inmensidad de la vida y celebrar con devoción al milagro original.

Un día René me había dicho:
-Yo trabajo con epifanías. Pinto en estado de gracia. Al final de cuentas la epifanía es el milagro. Trabajo con el milagro.

René se levantó del sillón desde donde había escuchado toda la lectura de mi manuscrito y, mientras se sobaba las manos, nos miró a todos exclamando:
¡Esto hay que festejarlo!